El escritor británico Michael Moorcock (1939).
Michael Moorcock (Surrey, 1939), autor de novela de fantasía, novela histórica y novela de ciencia-ficción de la serie Multiverso.
Libros.
Moorcock, Michael. Crónicas del Campeón Eterno. Círculo de Lectores. Barcelona. 1994 (1970 y 1987 inglés; 1985 y 1991 español). 635 pp. Ciclo de tres novelas de fantasía: El Campeón Eterno, Fénix de Obsidiana, El Dragón de la Espada.
Me interesé por este libro porque nunca había leído, salvo error de memoria, a Moorcook, quien según mis noticias cuenta con bastantes admiradores en el gremio de escritores de fantasía, le sigue un público fiel y ha ganado los prestigiosos premios literarios de ciencia-ficción Nebula y World Fantasy Award. Pero confieso que mi decepción ha sido terrible y, de modo excepcional puesto que casi siempre evito las críticas negativas y me contento con callar, esta vez he sentido la necesidad de explicarme.
El protagonista es un hombre que se mueve entre planetas gracias al poder de la mente, un esquizoide que cambia de personalidad en cada aventura: John Daker, Erekose y muchos nombres más. La influencia es evidente, como confiesa el autor: las aventuras de John Carter, el personaje creado por Edgar Rice Burroughs a inicios del siglo XX, y además se reconoce el estímulo de ideas de otras series de ciencia-ficción y fantasía de grandes maestros más recientes.
Moorcock, eso sí, actualiza las armas y los personajes con los conocimientos de mediados del siglo XX: un bazuka o un tanque por aquí, una espada radiactiva (o negra, o azul, siempre mágica) por acá, un Hitler y un Goering por allá… Pero todo empujado por una verborrea incansable, sin cuidado formal ni ritmo en la prosa: todo refulge, todo brilla, todas las montañas son púrpuras, todo es vasto. Los escenarios son descritos como de cartón piedra, solo aceptables para un guion de un cómic del subgénero de espada-fantasía.
Introduce escenas y párrafos sin ton ni son hasta eliminar cualquier verosimilitud en el argumento y la trama.
No hay peligro en las batallas: los ejércitos enemigos son de un millón de soldados que mueren en una hora de luz diurna y dos líneas y media de texto, aunque hay más sensación de miedo en una partida de parchís.
La descripción psicológica de los personajes es absurda y hasta repelente: todos, incluso los líderes que son presentados como inteligentes y dueños de una sabiduría milenaria, hablan como si fueran tontos, por lo cual no concitan ni simpatía ni credibilidad. Ahora un personaje es un genio y al rato es un subnormal, hoy es mi amigo y mañana lo extermino en una línea, hoy te quiero y mañana te achicharro con mi rayo... No hay pasión ni sensualidad en los amores, que parecen apropiados para leer en un convento y pasarían con nota alta la más implacable censura inquisitorial.
Para resumir el dislate, en la primera novela, el héroe Erekose llega, viaje mental lisérgico mediante, a un planeta donde primero se enamora de la princesa humana y lucha a su favor con una espada mágica para liquidar a otra especie casi humana, los Eldren, y cuando ya casi lo ha conseguido del todo (el autor mata a millones de seres sin que sepamos en ningún momento cómo son ni qué sienten) y ya solo quedan unos pocos Eldfen, entonces de golpe se enamora de la bella princesa enemiga; acto seguido, Erekose tiene un ataque de ética y cambia de bando, por lo que se pone a eliminar a todos los humanos, incluidos niños y mujeres (a la princesa humana también, ya que ahora le odia por traidor), porque sí le parece muy ético eliminar a la asesina especie humana. Pero nunca vemos ni sentimos ese horror porque todas esas personas no las sentimos vivas en ningún momento, sino que parecen fichas de un aburrido juego de fantasía.
Y en las otras novelas va todo de lo mismo y hay que rezar para que todo termine pronto.
Solo cabe una esperanza: que esta serie sea un borrador de una obra de juventud de Moorcock, que hayan sacado de su cajón los editores (la primera edición inglesa es de 1970), y que sus obras posteriores sean mejores.
Pero estas tres novelas son de lo más pedante y ridículo que haya caído en mis manos jamás, incluso comparadas con la lectura de las breves novelitas del Oeste o de aventuras espaciales que los reclutas nos pasábamos en los descansos de las guardias de mi lejano servicio militar. Al menos aquellos escritores de literatura de quiosco solo pretendían entretener nuestro aburrimiento (lo conseguían más o menos), y servían para que Francisco González Ledesma (un escritor a reivindicar y no solo por su faceta policíaca) o Juan Gallardo Muñoz pudieran comer y además practicar y mejorar su oficio.
Aporto una solución infalible: lean a Edgar Rice Burroughs, el novelista de las magníficas series Tarzán y John Carter. y mejor aún, gocen de Tolkien o a C. S. Lewis. Los clásicos son los mejores.
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